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Ni libre ni ocupado: Casting de un actor en pleno atasco

October 16, 2010

El chico (25 años, piel bronceada, cabello corto, rizado) me indicó como destino el nombre de una calle que no existía:

seguro?– ¿General Panteras? ¿Estás

– Mmmm… no. ¿General… Pardiñas, tal vez?

– Esa sí.

– Bien. Vale. Perdona. Estoy un poco nervioso, ¿sabes? tengo un casting en media hora ahí, en esa calle.

– ¿Actor? – le pregunté.

– Sí.  Y esta vez me han dado un guión para la prueba realmente jodido.

– Puedes ensayarlo mientras llegamos, si quieres. Con este atasco calculo que tardaremos quince o veinte minutos – le dije.

– ¿No te importa?

– Por supuesto que no.

– Vale, pero tendrás que hacerme un favor. Te paso una copia del guión y si me equivoco en alguna parte del texto, me lo dices, ¿vale?

Hombre… no suelo leer mientras conduzco.

– Tranquilo. Aprovecharemos los parones del atasco y los semáforos.

– Ok.

El chico me tendió un par de hojas arrugadas.

– Una cosa más. Si me equivoco, no me lo digas de palabra, que me jode mucho. Hazme un gesto o… no. Mejor aún, toca el claxon.

– De acuerdo.

Dicho esto comenzó a respirar profundo dos, tres veces, cambió su gesto y en cuanto el taxi se detuvo en el primer atasco soltó (a la vez que yo leía):

“No me mires con esos ojos que no son tuyos ni míos ya. Los reconozco. No a ti. A ellos” – me señaló a través del espejo retrovisor, con el ceño fruncido – “Son los ojos de una ira que no tienes. Ira robada a los lobos. Tú eres manso. No eres tú quien me mira. Arráncate esos ojos. Tíralos lejos. Que se los coman los lobos”

Piiiiii (toqué el claxon).

“Fieras” dije.

– Eso, joder, “fieras”, “fieras”. Primero “lobos” y luego “fieras”, joder. Sigo: “Que se los coman las fieras. Prefiero tenerte ciego a estar con otro que no conozco. Ven. Abrázame…”

Piiiiii (toqué el claxon)

“Dame tus brazos” – dije.

En esto, el conductor que me precedía se bajó de su coche y se dirigió hacia mí con muy malos humos.

– ¿Tienes prisa? – me gritó al otro lado de mi ventanilla subida.

Negué con la cabeza.

– Como vuelvas a pitarme, te lo tragas. ¿Entendido?

Asentí con la cabeza.

– Putos taxistas… – soltó.

Regresando el conductor a su coche, mi usuario bajó su ventanilla, sacó la cabeza y le gritó:

“Dame tus brazos. El calor no miente. La piel jamás podrá mutar en piel de lobo, ni se arrugará de ira. Seguirá siempre suave”.

Piiiiii (toqué el claxon).

“Tersa” – dije.

Y ahí se lió pero bien gorda.

Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso

Este texto no es copyleft y ha sido reproducido únicamente con permiso del autor.

Foto: Ni libre ni ocupado