Los cachorros de lobo retozan empleando agresiones ritualizadas motivadas por su instinto. Tienen unas reglas para el juego violento integradas en sus genes.
Los seres humanos no tenemos genes para el fútbol o para los videojuegos, pero los jugadores aprenden un conjunto equivalente de ideas sobre estas actividades lúdicas. Son reglas compartidas y necesarias para que exista una cooperación en la especie humana.
Los videojuegos en el cerebro
A pesar de que el acto de jugar podría ser consustancial a la cultura humana, es importante analizarlo teniendo como marco de referencia la evolución de nuestro sistema nervioso.
En este contexto cobra especial importancia el uso de videojuegos en tanto que se ha convertido en un rasgo cultural vertebral de la sociedad en la que vivimos. Tiene un profundo calado en diferentes ámbitos.
Desde la perspectiva económica, se estima que en 2020 el gasto total en videojuegos alcanzará la escalofriante cifra de unos 189 000 millones de dólares.
Asimismo, según los datos de la plataforma de análisis Newzoo, España ocupa el puesto número 9 a nivel mundial en cuanto al dinero que los videojuegos mueven anualmente (unos 2 580 millones de dólares) y el número de jugadores (25,8 millones).
El primer informe que analiza el impacto de la industria de los videojuegos sobre la contabilidad nacional, elaborado por la Asociación Española de Videojuegos (AEVI), concluye que esta industria supuso el 0,11 % del PIB español en 2016. El impacto total del sector sobre la economía es de 3 577 millones de euros y genera 22 828 empleos.
El acceso a los videojuegos es de gran ubicuidad. Puede llevarse a cabo a través de ordenadores, consolas, dispositivos móviles o tabletas. Esto posibilita que no haya una restricción ni de tiempo ni de lugar para jugar.
Además, el uso de estos productos puede tener gran influencia sobre las actividades que realizan los niños y adolescentes e incluso afectar a su desarrollo.
En este contexto, afloran una serie de cuestiones y planteamientos que pueden tener un significativo impacto social y un gran calado ético.
¿Mejora cognitiva?
Un mensaje que se ha transmitido ampliamente es que el uso de videojuegos puede tener efectos perjudiciales y redundar de forma negativa sobre diferentes aspectos del funcionamiento cognitivo, social y emocional.
Algunas investigaciones ponen de manifiesto la existencia de una correlación negativa entre la cantidad de horas dedicadas a los videojuegos y el éxito académico en niños y adolescentes.
A pesar de estos resultados, estudios actuales sugieren que el consumo de videojuegos podría modificar las estrategias cognitivas que las personas utilizan en el día a día. En este sentido, se ha demostrado que los videojuegos de acción son los que tienen más beneficios cognitivos. Jugar a este tipo de videojuegos mejora diferentes tipos de atención (incluidas la sostenida, la selectiva y la dividida) y aumenta la eficiencia en el control de esta capacidad. También aumenta la velocidad con la que las personas procesan la información, permitiendo una mayor presteza de actuación en situaciones de presión.
Asimismo, los jugadores habituales de videojuegos de acción muestran una mejor capacidad perceptiva, sobre todo a la hora de centrarse en los detalles visuales. También son más rápidos a la hora de orientarse espacialmente en entornos novedosos y de optimizar los costes cognitivos que suponen realizar tareas complejas que implican una coordinación sensorial y motora para moverse en un entorno cambiante.
El consumo de videojuegos no solo está cambiando la manera en que nos relacionamos con la realidad que nos rodea, sino también la configuración de nuestro sistema nervioso. Jugar puede generar cambios neuronales tanto relacionados con la estructura como vinculados con la organización funcional de regiones críticas para diferentes dominios cognitivos.
En la siguiente figura se resumen las principales regiones cerebrales en las que se han encontrado cambios asociados al uso de videojuegos:
En definitiva, el uso habitual de videojuegos ha mostrado su capacidad de modificar la organización estructural y funcional de regiones cerebrales que son de crítica importancia para funciones cognitivas como la atención, la percepción, la memoria y las funciones ejecutivas.
La cara oculta
Los videojuegos están diseñados para que nos gusten y, por ende, parar asegurar que pasemos un tiempo considerable pegados a las pantallas matando zombis o persiguiendo extraterrestres.
Diversas investigaciones han mostrado que los videojuegos activan las mismas regiones cerebrales sobre las que actúan las drogas de abuso, a saber, el denominado sustrato nervioso del refuerzo. Esto tiene una implicación positiva: les confiere la potencialidad de utilizarse como herramientas de rehabilitación cognitiva, en tanto que constituyen una opción óptima para motivar a los pacientes.
Sin embargo, el fenómeno también tiene una cara oculta: hace que jugar pueda convertirse en una adicción. Esto sucede cuando se dejan de hacer cosas importantes de la vida diaria por jugar a los videojuegos. Hoy sabemos que el encéfalo de una persona adicta a videojuegos muestra los mismos cambios neurales (funcionales y de conectividad estructural) que sobrevienen en otras adiciones como, por ejemplo, el consumo de sustancias.
¿Cuántas horas deben jugar los jóvenes?
Se han identificado diferentes factores con una importancia crítica para el buen desarrollo cerebral y para el buen funcionamiento cognitivo. Entre dichos factores destacan el ejercicio físico, una adecuada calidad del sueño, una buena socialización y unas pautas correctas de alimentación. Si una persona deja de hacer estas cosas por jugar a videojuegos podría obtener sus efectos positivos, pero perdería los beneficios de los otros factores.
No hay una receta específica que fije un límite de tiempo o un indicador de abuso de los videojuegos. Se trata de una balanza: hay que buscar el equilibrio.
Diego Redolar Ripoll no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Diego Redolar Ripoll, Profesor de Neurociencia y Vicedecano de Investigación de la Facultad de Ciencias de la Salud., UOC – Universitat Oberta de Catalunya
Los microplásticos pueden tener muchos orígenes. Uno de ellos son los productos de uso cotidiano a los que se añaden intencionadamente. La mayoría de las veces, se agregan para mejorar las propiedades del producto y hacer más efectiva y rápida la función que va a desempeñar. En definitiva, para hacernos la vida más fácil.
Sin embargo, a cambio de esa efectividad, liberamos gran cantidad de microplásticos al medioambiente, con consecuencias nefastas para los medios acuáticos y para los organismos que viven en ellos.
Microplásticos en productos de higiene personal
Unos de los casos más conocidos son los productos de cuidado personal. Los microplásticos pueden encontrarse en exfoliantes faciales y corporales, jabón de manos y dentífricos. La mayoría de las partículas que se añaden a estos productos tienen tamaños comprendidos entre 450-800 micras, y están compuestas de polietileno.
Un estudio encargado por la Comisión Europea estimó que en el año 2015, la Unión Europea pudo utilizar cerca de 800 toneladas de microplásticos en este tipo de productos.
Muchas veces no somos conscientes de que estamos utilizando productos con microplásticos porque no son fáciles de identificar en el listado de ingredientes. No obstante, en muchos casos bastará con encontrar la palabra polyethylene (polietileno) en esa lista para descartar un artículo.
Microplásticos obtenidos de diferentes productos en el laboratorio. Author provided
Detergentes, productos de limpieza y pinturas
También es frecuente añadir microplásticos a los detergentes que utilizamos para lavar la ropa y en productos de limpieza habituales en el hogar. Por desgracia, en estos casos no será fácil encontrar el plástico entre el listado de ingredientes, ya que las empresas fabricantes de detergentes no están obligadas a incluir todos los componentes en el envase del producto.
Un estudio realizado por la organización medioambiental austríaca GLOBAL 2000 detectó microplásticos en 119 detergentes de los 300 que fueron analizados.
También se utilizan microplásticos en pinturas (tanto de uso doméstico como industrial) y en productos abrasivos. Cuando las pinturas se van desgastando, se liberan microplásticos al medioambiente desde diversas fuentes.
En el caso de los productos abrasivos, los microplásticos normalmente se mezclan con otros agentes de limpieza a presión, como arena o un mineral llamado corindón. También son utilizados en la industria automovilística y aeronáutica.
¿Qué función cumplen los microplásticos?
En general, podríamos decir que el plástico es un material más barato, moldeable y fácil de usar que muchos otros para ciertas aplicaciones. Por eso ha sido la primera opción considerada hasta ahora por muchas empresas para utilizarlos en sus productos. Además, su uso en lugar de otros materiales hace que el coste final de los productos sea considerablemente menor.
Cuando utilizamos un exfoliante para el cuerpo o un limpiador facial queremos que estas sustancias tengan un poder abrasivo sobre nuestra piel, que sea agradable al tacto y que proporcione brillo. Los microplásticos pueden cumplir a la perfección con esos propósitos y son materiales baratos. Por eso se añaden en sustitución de algunos ingredientes naturales que también podrían funcionar como agentes exfoliantes.
En los detergentes o limpiadores de hogar su función es hacer que la ropa o las superficies queden bien limpias, con eficacia y rapidez. También pueden modificar la densidad de los productos líquidos, por ejemplo.
En el caso de las pinturas ocurre algo parecido. Cuando vamos a pintar una habitación en casa, nos gusta que la pintura tenga un color uniforme y un efecto mateado o brillante, o que sea resistente a golpes y arañazos. Todo ello se puede conseguir gracias a la adición de microplásticos.
Efectos en el medioambiente
Los microplásticos, e incluso las partículas más pequeñas creadas a partir de su degradación, los nanoplásticos, pueden ser ingeridas fácilmente o confundidas con plancton por numerosos peces, tortugas, etc. en los ecosistemas acuáticos. Pasan así a la cadena alimentaria.
Varios de nuestros estudios más recientes demuestran que los microplásticos pueden atrapar en su superficie otras sustancias contaminantes presentes en el agua y, si son ingeridos, transportar dichas sustancias al interior de los organismos.
Estos son algunos de los motivos por los que, en septiembre de 2018, el Parlamento Europeo solicitó a la Comisión Europea la introducción de una prohibición a escala europea de los microplásticos añadidos intencionadamente a esos productos mencionados.
Pocos meses después, en enero de 2019, la Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA, por sus siglas en inglés) publicó una propuesta de restricción del uso de los microplásticos añadidos intencionadamente a los productos con fecha límite en el 2020.
En el caso de España, el anteproyecto de Ley de residuos y suelos contaminados aprobado recientemente por el Consejo de Ministros y asociado al marco de la Estrategia Española de Economía Circular prevé la prohibición de cosméticos y detergentes que contengan microplásticos añadidos intencionadamente a partir del 3 de julio de 2021.
En este sentido, la industria ya está sustituyendo los microplásticos por otros compuestos de origen natural como semillas o compuestos minerales u otros ingredientes no plásticos. En definitiva, poco a poco se acerca el fin de estas partículas añadidas intencionadamente a los productos.
Verónica Godoy Calero recibe fondos del Gobierno de España y de la Unión Europea en diversas modalidades de ayudas públicas.
María Ángeles Martín Lara recibe fondos del Programa Estatal de I+D+i del Ministerio de Ciencia e Innovación y otras instituciones públicas.
Mónica Calero de Hoces recibe ayudas públicas del Ministerio, de la Unión Europea y de otras instituciones públicas.
Trabajos de excavación en el monolito, en Reinoso (Burgos). Author provided
Reinoso es un pequeño pueblo en la comarca burgalesa de La Bureba que se siente orgulloso de su pasado milenario, representado por un sepulcro colectivo conocido por el topónimo en el que se ubica: El Pendón. El equipo que dirijo lleva seis años desentrañando los secretos que encierra entre sus piedras este monumento megalítico construido hace unos 5 500 años.
La vida del monumento ha sido muy azarosa desde su construcción hasta que los arqueólogos nos pusimos manos a la obra. Nuestro objetivo es conocer quiénes lo construyeron, cómo y cuándo se enterraron, el porqué de su aspecto y estado actual y el sinfín de vicisitudes por las que la tumba hubo de pasar hasta detentar el aspecto actual.
El aspecto actual del monumento nada tiene que ver con el que tuvo en su origen. Dicha transfiguración no se ha debido a la casualidad, a la acción del tiempo ni al lógico deterioro de una estructura arquitectónica. No. Todo forma parte de un proceso deliberado, un diseño perfectamente planificado y ejecutado con precisión. Gracias a él, una tumba ha dejado de cumplir su función primaria para detentar definitivamente, a lo largo de milenios y hasta ahora, la función de referente monumental en un paisaje completamente humanizado.
Sus constructores diseñaron un tipo de tumba muy extendida en la península Ibérica que se conoce como sepulcro de corredor. Está compuesto por una estructura megalítica (de grandes piedras) o recinto propiamente funerario, que se compone de un pasillo de acceso (en este caso de unos siete metros), y una cámara ortostática (de grandes piedras enhiestas). Alrededor de esta cámara hay un amontonamiento de piedras que la arropan completamente, y que se conoce como túmulo.
Sin embargo, lo que hoy nos encontramos al excavar es parte de la cámara funeraria principal (seis enormes bloques de caliza) sin pasillo ortostático y un pequeño túmulo de escasos dos metros de radio.
Evolución del dolmen. Author provided
¿Qué ha pasado? ¿Se ha destruido recientemente parte del primitivo diseño de la tumba?
No. El monumento ha tenido dos fases de uso y una de clausura definitiva, que ha supuesto un cambio drástico en su aspecto. Las fases de uso han consistido:
En primer lugar, en una deposición de cadáveres siguiendo la norma habitual en este tipo de monumentos. Estas deposiciones sucesivas, con el tiempo, se convierten en un osario colectivo sin apenas conexiones anatómicas.
Posteriormente hemos documentado un proceso de reducción de cadáveres. Durante este se seleccionaron partes de los mismos (especialmente cráneos y caderas) y se colocaron junto a la base de los ortostatos, en el interior de la cámara. El resto del espacio se dejó para nuevas deposiciones.
Equipo de investigadores trabajando en el megalito. Author provided
Por fin, a finales del IV milenio a. n .e, el monumento se clausura de forma drástica. Esto cambió completamente su fisonomía mediante un complejo ritual que incluyó:
Desmantelamiento completo del pasillo, cuyas lajas se depositan sobre el último nivel de enterramientos en la cámara.
Señalización de la entrada al eliminado pasillo con unas lajas de arenisca muy rojiza y formación de una especie de avenida donde se arrojan huesos largos extraídos de la cámara.
Desmantelamiento parcial (un 75 % aproximadamente) del túmulo que rodeaba todo el monumento para arropar únicamente la cámara funeraria principal, que es el único elemento arquitectónico que permanece casi íntegro.
Toda esta intervención en el monumento es coetánea a la formación de una pira de huesos en la conjunción de la cámara con el pasillo. Una pira rectangular formada por huesos humanos, sobre todo infantiles.
A partir de este momento la tumba ya no es una tumba, aunque el lugar siga manteniendo su halo místico. De hecho, toda la superficie desmantelada del túmulo debió pavimentarse con piedras de pequeño tamaño según hemos documentado en un pequeño sector excavado. Por eso creemos que el lugar siguió detentando un alto valor simbólico, y fue un referente territorial y un lugar de agregación poblacional donde se desarrollaron rituales durante generaciones.
Nuestro equipo, trabajando en el yacimiento. Author provided
Actualmente el proceso de investigación en el monumento se centra en concluir los trabajos de campo para corroborar lo expuesto, exhumar todos los restos humanos que aún quedan depositados en la cámara y los que han llegado a formar parte de la avenida en la que se transformó el pasillo.
Hasta ahora sabemos que los individuos depositados en el dolmen de El Pendón tenían abundantes patologías degenerativas articulares, graves enfermedades bucodentales producidas por el uso de la boca como tercera mano, traumatismos accidentales y violentos (flechas clavadas en huesos) y enfermedades del conducto auditivo que llegaron a necesitar de posibles intervenciones quirúrgicas que serían las primeras de este tipo documentadas en la prehistoria peninsular.
Manuel Rojo Guerra no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Las personas que han estado gravemente enfermas y han sido tratadas en unidades de cuidados intensivos han de contar con unos cuantos meses para recuperarse por completo, independientemente de la dolencia que tengan. Sin embargo, con la COVID-19 se observa que la recuperación también es muy larga en aquellos pacientes en los que la enfermedad cursó de forma leve y que, por tanto, no fueron hospitalizados.
La fatiga extrema, las palpitaciones, los dolores musculares, los pinchazos y las agujetas son solo algunos de los muchos efectos secundarios que están en consideración hoy. Alrededor de un 10 % de los 3,9 millones de personas que participaron mediante una app en un estudio para conocer los síntomas del nuevo coronavirus (COVID Symptom Study app) afirmó que los efectos de la enfermedad se mantuvieron durante más de cuatro semanas.
La fatiga crónica, clasificada como aquella que dura más de seis semanas, se observa en marcos clínicos que van desde el tratamiento para el cáncer hasta la artritis inflamatoria. Puede llegar a ser incapacitante. Si un 1 % de las aproximadamente 290 000 personas que han tenido la COVID-19 en el Reino Unido siguen encontrándose mal a los tres meses de haber contraído la enfermedad, a día de hoy hay aún miles de personas para las que es imposible regresar a su puesto de trabajo. Probablemente tendrán necesidades complejas para las que los sistemas sanitarios no están preparados en la actualidad.
La COVID-19 no es la única causa que justifica la fatiga crónica.
Esta aparece después de otras infecciones virales como el virus Epstein-Barr, el cual provoca una mononucleosis infecciosa (igualmente conocida como fiebre glandular). También se observa en una cuarta parte de la población infectada con el SARS que asoló Hong Kong en el año 2003.
A la hora de tratar la fatiga crónica, hasta la fecha el énfasis se había puesto en un tratamiento eficaz para la enfermedad subyacente, con idea de que esto disminuyera la fatiga. Sin embargo, no hay una medicación específica para la mayoría de las infecciones virales y, puesto que la COVID-19 es tan nueva, aún se desconoce cómo tratar la fatiga que genera.
¿Qué podría causar la fatiga poscoronavírica?
Si bien sabemos que la fatiga duradera sigue a otras enfermedades virales, para la mayoría el mecanismo resulta desconocido. Uno de ellos podría ser una infección vírica persistente en pulmones, cerebro, tejidos grasos u otros lugares. También podría deberse a una respuesta inmune prolongada e inapropiada después de la infección.
Pese a ello, un estudio publicado en 2018 arrojó algo de luz. Cuando a los pacientes con hepatitis C se les administró un tratamiento a base de una sustancia química denominada interferón-alfa, unos cuantos desarrollaron una enfermedad similar a la gripe. En otros se produjo una fatiga posviral.
Los investigadores han estudiado esta «artificial respuesta a la infección» como un modelo de fatiga crónica. Hallaron que los niveles basales de estas dos moléculas en el cuerpo que promueven la inflamación (la interleuquina 6 y 10) predecían el desarrollo posterior de fatiga crónica en los pacientes.
Resulta de especial interés el hecho de que estas mismas moléculas proinflamatorias son vistas en la tormenta de citoquinas de muchos pacientes muy afectados por la COVID-19. Ello sugiere que podría haber un patrón de activación del sistema inmune durante la respuesta viral que sea relevante para los síntomas manifestados.
El exitoso uso de tocilizumab (un tratamiento que reduce el impacto de la interleuquina 6 y reduce la inflamación) en los casos graves de COVID-19 también apoya la sospecha de que la interleuquina 6 podría estar desempeñando algún tipo de papel.
En TwinsUK del King’s College London, el mayor registro de gemelos adultos del Reino Unido con fines científicos, se investigan los factores genéticos y medioambientales que influyen en la enfermedad mediante el estudio de gemelos.
Con la app COVID Symptom Study se examinan los síntomas más duraderos. Para ello, se envían cuestionarios a gemelos adultos voluntarios registrados en la base de datos, muchos de los cuales se habían incluido bastante antes de la pandemia, en estudios de sistemas inmunes. Desde aquí nuestro objetivo es definir un síndrome poscovídico y prestar atención a los marcadores sanguíneos para explicar cómo los mecanismos inmunes contribuyen a los síntomas a largo plazo.
Se trata de un estudio cuyo diseño plantea varios retos: las personas con COVID-19 han tenido más que una simple infección viral sufrida en un contexto de normalidad. Han caído enfermas en un momento en que el mundo experimentaba un cambio social sin precedentes. A su alrededor, restricciones de movimiento y un periodo rebosante de ansiedad en el que era complejo cuantificar los riesgos, puesto que bombardeados informativamente las 24 horas del día. Un buen número de pacientes pasó la enfermedad en casa y se sintió a las puertas de la muerte.
Por este motivo, se está estudiando también el estrés postraumático, puesto que la interpretación de los síntomas comunicados ha de hacerse en su contexto.
La fatiga crónica no es competencia de una única especialidad médica, por lo que a menudo se pasa por alto en la carrera y los médicos apenas están formados para diagnosticarla o para tratarla. No obstante, es cierto que en los últimos meses se ha avanzado algo al respecto y que ya se dispone de formación online para profesionales de la salud, con el fin de que aprendan a abordar al menos los casos de aquellos pacientes cuya sintomatología es más acusada.
También se cuenta con directrices para pacientes y pensadas para ayudarlos a lidiar con la fatiga crónica y a mantener la energía. De entre todas las recomendaciones cabe destacar la que insiste en que apuntarse al gimnasio y forzarse a hacer ejercicio es negativo, y que no hace sino retroceder a la gente. Los pequeños esfuerzos, tanto mentales como físicos, deberían ir seguidos por dosis de descanso. La vuelta al trabajo, cuando llegue, tendría que ser también un proceso gradual y escalonado. Aprender a marcar el ritmo de las actividades está cada vez más a la orden del día.
Frances Williams recibe fondos del Versus Arthritis and the Kennedy Trust para estudiar los síntomas poscoronavíricos.
En un suceso que parecía improbable, cae preso el expresidente colombiano Álvaro Uribe
La Corte Suprema de Justicia de Colombia ordenó la detención domiciliaria del expresidente de Álvaro Uribe.
El exmandatario confirmó la orden en un tuit: “La privación de mi libertad me causa profunda tristeza por mi señora, por mi familia y por los colombianos que todavía creen que algo bueno he hecho por la Patria”.
La privación de mi libertad me causa profunda tristeza por mi señora, por mi familia y por los colombianos que todavía creen que algo bueno he hecho por la Patria
Uribe está acusado de manipular testigos en un caso que se remonta a una discusión parlamentaria en 2014 en la que el senador izquierdista Iván Cepeda acusó al hermano del expresidente, Santiago Uribe, de ser partícipe de la creación de movimientos antisubversivos en los años 90.
Mejoramiento urbano en zona afectada por huracán Willa, desde Tecuala, Nayarit. Martes 4 de agosto 2020. Presidente AMLO.
En Tecuala, Nayarit, supervisamos avances de la rehabilitación de infraestructura afectada por el huracán Willa.
En este municipio se han construido escuelas, centros de salud y se repararon más de 3 mil viviendas afectadas por las inundaciones.
En total se efectuaron 8 mil 400 intervenciones en puentes, caminos, bordos e inmuebles en ocho municipios.
Se realizaron dos obras en el municipio Del Nayar; dos en Santiago Ixcuintla; seis en Tuxpan; dos en Ruiz; cinco en Rosamorada; seis en Acaponeta; siete en Tecuala y tres en Huajicori.
En Nayarit, más del 80% de las familias son beneficiarias de por lo menos un Programa Integral de Bienestar.
A pesar de la epidemia de COVID-19 no harán falta los recursos para apoyar a la población.
Agradecemos las remesas de las y los connacionales. Los 3 mil 536 millones de dólares que enviaron en junio superaron las expectativas.
De enero a junio de 2020 las remesas han crecido en un 10% en términos reales a pesar de la pandemia.
La rana que no para de croar durante semanas, el palomo que se exhibe con el pecho hinchado hasta lo imposible, la luciérnaga que revolotea toda la noche iluminando la oscuridad con su abdomen… ¡Qué esfuerzo más enorme hacemos los animales para atraer al sexo contrario! ¡Qué caro nos sale el sexo!
La energía que los individuos de las diferentes especies animales invierten en la reproducción sexual se establece a varios niveles. En primer lugar, hay que hacer vistosa y atrayente la genitalidad para el sexo contrario. A este inicial plano de atracción anatómica se le unen los invisibles pero irresistibles recursos fisiológicos, encabezados por las feromonas, que aturden a los que o no ven muy bien, o la quimiorrecepción les motiva más. Y si aún no es suficiente con este despliegue de encantos, algunos taxones como aves y mamíferos han llevado los cortejos nupciales y de apareamiento a un punto de absoluta sublimación.
El resultado es que no hay individuo en la mayoría de las especies que se pueda resistir a la combinación fatal de una anatomía apabullante, una fisiología envolvente y una elaborada y sofisticada etología (como los valses de los escorpiones, que deja la danza de los siete velos a la altura de un aficionado de medio pelo).
Si a todo ello le unimos la variable “tiempo invertido en conseguir el apareamiento” y, por lo tanto, la fertilización de los óvulos y la consecución de una nueva generación para la especie, confirmamos nuestra hipótesis de partida. Esto es, que la cantidad de moléculas de ATP (adenosín trifosfato, la moneda energética de la vida) que se invierte en los variadísimos mecanismos de reproducción sexual de los animales, es extraordinariamente elevada.
La reproducción sexual, por tanto, no es cara sino carísima. Máxime si se compara con la sencillez de la fisipartición de una ameba o la gemación de un pólipo, ambos, mecanismos de reproducción asexual.
Además de unas estructuras reproductoras complejas y unas actividades de cortejo largas (algunos incluso las calificarían de cansinas), los organismos que se reproducen sexualmente lo hacen mediante óvulos y espermatozoides. Ambos, recordemos, son células haploides, es decir, de dotación cromosómica sencilla, a diferencia del resto de las células corporales (las somáticas) que son de dotación cromosómica doble. Dicho de otra manera, los organismos reducen su potencial genético a la mitad cuando se reproducen sexualmente. En contraposición, cuando un animal recurre a algunos de los variados mecanismos de reproducción asexual lo hace sin privarse de ningunas de sus riquezas genéticas.
Resumiendo: por un lado los animales sexuales invertimos una enorme cantidad de energía y, por otro, desperdiciamos la mitad nuestro potencial genético. El sexo es, pues, derrochón y restrictivo. Entonces, ¿por qué prosperó desde el punto de vista evolutivo?
Dos faisanes dorados macho(derecha) exhiben su plumaje ante una hembra (izquierda). Shutterstock / Wang LiQiang
El por qué del éxito del sexo
No hay mayor ventaja para una especie, evolutivamente hablando, que tener un acervo genético amplio. Es la forma de disponer de variadas opciones (genotipos) potencialmente adaptativas frente a los impredecibles cambios del medio que supone la vida en este planeta. Así, ante alteraciones en las condiciones externas, habría más potenciales individuos que podrían sobrevivir y reproducirse, garantizando de esta forma la continuidad de la especie.
Dicho de otro modo, todo lo que genere diversidad de genotipos será una herramienta de oro para la especie, la selección natural lo considerará algo bueno y no lo eliminará . Desde este punto de vista, la aparición del sexo fue un chollo, puesto que supuso una auténtica factoría de producción de variabilidad genética. Vamos a ver cómo.
En un primer nivel, como óvulos y espermatozoides se generan por un proceso de meiosis, sufren la reducción de la dotación cromosómica y la recombinación de genes entre cromosomas procedentes de las líneas paterna y materna durante su formación. Estos entrecruzamientos de genes (crossing over) ocurren al azar, tanto en número como en secciones de cromosomas afectados. El resultado es que óvulos y espermatozoides son todos genéticamente diferentes entre sí.
Por otra parte, vuelve a intervenir el azar a un segundo nivel en el momento en que es un determinado espermatozoide (y no otro) el que fecunda a un determinado óvulo (en vez de a otro).
Resultado de todo ello es que el sexo aumenta brutalmente las posibilidades de generación de individuos genéticamente diferentes en las especies y, con ello, se disparan sus posibilidades de supervivencia y diversificación. Si lo comparamos con la acumulación de mutaciones no letales -la lenta vía de aumento de diversidad de las especies que sólo se reproducen asexualmente-, el sexo supuso la multiplicación rápida de la potencialidad de generar descendientes genéticamente diversos y la ampliación exponencial del abanico de opciones potencialmente adaptativas a entornos diferentes de las especies. En otras palabras, el sexo le dió marcha a la evolución.
Para quienes todavía no estén suficientemente asombrados con las ventajas que acarrea la reproducción sexual, resulta que ofrece algunos beneficios extra. Concretamente permite contrarrestar los efectos negativos de muchas mutaciones nocivas que genera el azar. La dotación genética doble posibilita que el alelo bueno neutralice al alelo deletéreo del cromosoma homólogo. Por esa misma razón, se crea la posibilidad de que las infrecuentes mutaciones ventajosas que surgen en individuos separados, se puedan combinar en un solo ser (homocigótico para ese carácter).
Pero aún hay más. Sir Ronald Fisher ya sugirió hace un siglo que el sexo podría facilitar la propagación de genes ventajosos, al permitirles escapar mejor de su entorno genético si surgieran en un cromosoma con genes nocivos.
Un último argumento lo aportan los autores que sugieren que el sexo ayudaría a los individuos a resistir los parásitos. En esta nueva interpretación biológica de la paradoja de la Reina Roja de Lewis Carroll, los anfitriones sexuados estarían continuamente corriendo (adaptándose) para permanecer en un mismo lugar (resistir a los parásitos)
Ya ven, el sexo es un auténtico invento, evolutivamente hablando. Y eso que ni siquiera he hecho una velada alusión a todos los detalles en los que no me cabe duda que todos los lectores estarán pensando…
A. Victoria de Andrés Fernández no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Ahora que los sucesos más dramáticos de la COVID-19 parece que empiezan a quedar en la estela, podemos hacer un experimento mental para observar el proceso desde una perspectiva externa al mundo sanitario. Supongamos que nos dan una foto fija de una pandemia global. Una foto simple, consistente en puntos negros que representen localizaciones infectadas sobre un fondo blanco. ¿Podríamos saber el dominio en que fue tomada? Es decir, ¿si corresponde a un barrio, aldea, ciudad, país o al planeta entero?
Llamemos “escalas espaciales” a esos tamaños de dominio. Si la pandemia tiene el mismo aspecto a cualquiera de esas escalas, se trata de un fenómeno fractal frente al que hay que luchar con la misma intensidad y medios a cualquier escala. Si no lo tiene, puede que haya intervalos en los que la pandemia tenga sus propios atributos. Lo lógico sería adaptar los medios de lucha a esos intervalos. Es decir, las medidas de contención tomadas a escala de barrio quizá no tengan que ser las mismas que las tomadas a escala de ciudad o de país.
Eso, suponiendo que el sistema aldea – mundo tenga estacionaridad. Es decir, que todas sus partes tengan las mismas propiedades estadísticas a efectos de la pandemia. De no ser así, si por ejemplo la evolución de la pandemia es distinta en las zonas rurales que en las urbanas, o depende del clima, nivel socioeconómico o cualquier otro factor regionalizable, necesitaríamos estratificar la búsqueda de intervalos de escala según un mapa de zonas que reflejasen esa estacionaridad.
Ahora supongamos que obtenemos una serie temporal de fotos fijas, similares a la anterior, de un territorio conocido. Esas fotos muestran el desarrollo de la pandemia en ese territorio particular. ¿Es constante su estructura básica (independientemente de la cantidad de localizaciones infectadas) a lo largo de todo el proceso?
Análogamente al caso espacial anterior, puede suceder que la pandemia, una vez iniciada en un sitio, se desarrolle con una estructura constante en la que simplemente cambia su intensidad o densidad. En ese caso, de nuevo, lo lógico sería luchar contra ella usando todas las medidas (derivadas del análisis espacial anterior, si es necesario) disponibles a lo largo de todo el período que dure la enfermedad. Pero si sus propiedades cambian según evoluciona, sería pertinente determinar intervalos de escala temporal que, tal vez, requieran medidas específicas para cada uno de ellos.
Hemos examinado el tiempo y el espacio por separado. Ahora podemos rizar el rizo y preguntarnos si no convendría combinarlos. Es decir, dada una zona con estacionaridad bajo la pandemia, ¿atravesará cada localización espacial las mismas etapas de desarrollo a medida que se desarrolle la pandemia en ella? Si es así, estamos de suerte, porque el sistema es ergódico. En otras palabras, con solo tomar una foto fija de tal sistema, es probable que todas las fases de desarrollo temporal estén representadas en ella. Es más, es probable que la frecuencia de las distintas fases en la foto sea proporcional a su duración y por ello nos informen de la asincronía del proceso.
Si no es así, el sistema se vuelve más complicado. Al menos sabremos de antemano que nos enfrentamos a una gran incertidumbre en la que no caben simplificaciones.
Sigamos preguntándonos cosas sobre estas fotos fijas. Si tenemos dos, con la misma cantidad de localizaciones infectadas pero tomadas antes y después del momento de máxima infección, ¿sabríamos decir cual corresponde a la fase ascendente y cual a la descendente? Si pudiéramos, nuestra capacidad de diagnóstico aumentaría mucho, y una consecuencia inmediata sería gran economía en el muestreo de la pandemia. Eso es porque el proceso tendría histéresis, que significa que el camino de ida no suele ser igual al camino de vuelta. Si no, al menos sabríamos que tenemos que dedicar esfuerzos adicionales al seguimiento de la enfermedad.
El problema básico es que, inconscientemente o por nuestra necesidad de simplificar el mundo para comprenderlo, solemos asumir que los procesos espacio-temporales (quizá una pandemia entre ellos) son fractales en el tiempo y en el espacio, que el dominio de aplicación tiene estacionaridad y que el sistema es ergódico. Peor aún, damos por sentado que las oscilaciones son pendulares y sin histéresis. Esas simplificaciones acarrean incertidumbres no acotadas que pueden reducir la eficiencia de las medidas de contención.
¿Son las pandemias sistemas brownianos?
Lo que hemos llamado “aspecto” por conveniencia se refiere a una propiedad medible del sistema. Al decir “medible”, obtenemos el valor de dicha propiedad en una dimensión espacio-temporal. En el caso de una pandemia, la propiedad puede ser la cantidad de localizaciones infectadas (pero hay otras propiedades interesantes, como los descriptores de la estructura espacial de la nube de puntos), y la dimensión podrían ser las dos dimensiones de una superficie plana. Por tanto, podemos definir la densidad de localizaciones infectadas como la cantidad encontrada por unidad de superficie.
En un objeto fractal, la medida final obtenida no depende de la unidad aplicada. Podríamos extraer la densidad de la pandemia superponiendo a nuestra foto una cuadrícula de, digamos, 100 m de lado, y contar el número de celdas ocupadas por localizaciones infectadas. También podríamos usar cuadrículas de 250, 500, 1000 o 10 000 m de lado. La intuición más elemental nos dice que, una vez aplicado el factor de escala correspondiente, el conteo realizado a cualquiera de esas escalas nos debería dar siempre el mismo valor de densidad de la pandemia.
Si fuera así, diríamos que la epidemia es un sistema Brownianoautoafín, cuya dimensión fractal es proporcional al factor de escala mencionado.
Pero asumir que el sistema es así tiene implicaciones peligrosas y antieconómicas. Por eso, lo más prudente sería explorar experimentalmente las propiedades fractales de la pandemia. Para ello, bastaría obtener unos pares de valores, formados por la resolución de cuadrícula y el número asociado de celdas infectadas. La pendiente de una recta ajustada a esos pares informaría de la tasa de variación de la medida buscada en función de la unidad aplicada, y sería, por definición, el factor de escala o dimensión fractal de la pandemia. (En realidad, esa pendiente debe interpretarse como el exponente de una función exponencial que describe dicha variación, pero no es necesario entrar aquí en esos pormenores).
La ventaja de haber usado métodos estadísticos para ese experimento es que también obtenemos indicadores de la fiabilidad del ajuste. Es decir, sabemos si nos lo podemos creer y, en su caso, los márgenes de variación de la dimensión fractal resultante.
Más aún, esta técnica tan sencilla nos da herramientas muy poderosas. No solo podemos determinar la dimensión fractal correspondiente a todo el rango de resoluciones, sino que podemos buscar intervalos dentro de ese rango que difieran significativamente en su dimensión fractal.
Esos intervalos son, directamente, las regiones de escala mencionadas anteriormente, con las implicaciones apuntadas para la gestión de medidas de contención. Al haber sido determinadas experimentalmente, son más fiables que las regiones intuitivas propuestas al principio (aldea, ciudad, etc.). Y no olvidemos que hemos usado un espacio bidimensional para definir inicialmente el problema, pero la misma aproximación podría aplicarse a la dimensión temporal.
Hay más. La dimensión fractal del sistema, que significa que conocemos la variación de sus propiedades relevantes en un rango de escalas dimensionales (de tiempo o espacio), nos puede ayudar a construir modelos de simulación. Podríamos diseñar una pandemia numérica creando una cuadrícula y dotando a sus celdas de un proceso de infección basado en los conocimientos actuales de la enfermedad: número reproductivo R₀, proximidad de contagios, etc. Desde luego, las reglas de ese juego deberían cumplir ciertas condiciones de modo que los patrones de infección resultantes se parecieran estadísticamente a los patrones observados en el mundo real.
Un modelo así, llamado de autómatas celulares, reproduciría mediante mapas sucesivos la evolución de la pandemia, y podría usarse para simular efectos de medidas de contención, para reconstruir fases pasadas del proceso, o para anticipar escenarios futuros.
Una simulación no predictiva
No nos llamemos a engaño. No hablamos de un modelo predictivo, si es que algún modelo realmente puede serlo. Se trata de un modelo de simulación, en cuyo funcionamiento hay una componente de azar (sería mejor decir estocástica) y una componente de necesidad (o determinista). Jamás va a servir para algo tan sencillo como post-decir cómo hemos llegado hasta aquí desde el pasado observado, ni, desde luego, para predecir el futuro.
Es más, desde la perspectiva del modelo, cada resultado solo es una entre infinitas realizaciones posibles partiendo de una configuración inicial. Lo que importa no son los detalles de cada resultado, sino sus agrupaciones en escenarios y la probabilidad de que ocurran.
Pero nosotros no buscamos una bola de cristal. Si especificamos unas reglas del juego (algunas, estocásticas, como la probabilidad de contagio), y unas condiciones de partida, podemos ejecutar el modelo cientos o miles de veces. Cada vez se producirá un escenario resultante, y comparando todos los escenarios podemos concluir en qué se parecen y con qué probabilidad pueden ocurrir. Esa probabilidad acotada de ciertos sucesos es mucho más valiosa que la certidumbre indefinida que resultaría de una única ejecución de un modelo mecanístico, pseudo-predictivo y, en definitiva, frankensteiniano (no nos confundamos; este tipo de modelos son muy útiles para otros fines, como ensamblar hipótesis).
En la ciencia, como en otros ámbitos del conocimiento, una incertidumbre acotada suele ser más valiosa que una certeza asumida.
Gabriel del Barrio Escribano recibe fondos de investigación procedentes de la Unión Europea y la Agencia Espacial Europea. Esas agencias no han tenido papel alguno en la preparación o publicación de este artículo.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Gabriel del Barrio Escribano, Científico Titular del CSIC, Ecología Terrestre, Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA – CSIC)