El foco de la pandemia se centra ahora en la reactivación de las actividades, tanto sociales como comerciales. Muchas son las industrias que se han visto afectadas, pero pocas han sufrido efectos tan devastadores como la aérea.
La Organización de Aviación Civil Internacional está trabajando para lograr la reactivación y estabilidad de la actividad aeronáutica a nivel mundial. Para ello ha generado documentos como el CART – Take Off. Este establece, entre otras, medidas de desinfección y una mayor frecuencia de limpieza.
El resurgimiento del tráfico aéreo ha requerido de sistemas de desinfección rápidos y eficientes. A causa de esto, se han implementado desinfectantes homologados, que son aplicados principalmente en superficies de fácil acceso mediante el uso de paños y vaporizadores electroestáticos portátiles. Sin embargo, ambos métodos están sujetos a la intervención humana, lo que reduce su eficacia en superficies de difícil alcance.
Oxígeno y ozono
Por otro lado, el uso de oxígeno atómico también ha sido introducido para desinfectar ambientes. Sistemas previamente utilizados en ambulancias ahora son considerados para interiores de aeronaves, aunque no hay unanimidad si afectaría a los componentes electrónicos debido a su alto poder oxidante. Aun así, es asumida la eficiencia del gas a la hora de esterilizar ambientes contaminados por el coronavirus.
Ante la falta de sistemas de desinfección exhaustivos, una posibilidad es el uso de ozono. Este no se utiliza de momento en cabinas de aeronaves, pero sí en bares y locales comerciales.
Mediante la anegación del ambiente con ozono generado por un dispositivo relativamente sencillo, se puede obtener una desinfección de alta eficiencia de la atmósfera interior. Sin embargo, para la desinfección de superficies, tanto porosas como no porosas, se deben utilizar concentraciones superiores a las tolerables por seres humanos, por lo que resulta de vital importancia que el proceso de sanitización sea llevado a cabo por especialistas una vez el desembarco de pasajeros haya sido finalizado.
Una vez más, su uso en el interior de aeronaves no ha obtenido consenso a causa de su alta capacidad de oxidación.
Iones y luz ultravioleta
Un método que ya ha sido probado de forma satisfactoria en laboratorio es el uso de iones positivos y negativos de oxígeno e hidrógeno a partir del vapor de agua presente en la atmósfera. El proceso de desinfección es tedioso, con un tiempo de aplicación de una a dos horas, pero la desinfección está garantizada con una altísima eficacia.
El equipo de desinfección es portátil, lo que dinamiza los procedimientos a la hora de operar grandes flotas de aeronaves, pero repercutirá de manera sustancial en los tiempos de preparación de las aeronaves.
La luz ultravioleta de tipo C (UVC) puede eliminar el SARS-CoV-2. Por eso ya se están diseñando y produciendo sistemas de bajo coste para esterilizar interiores de aeronaves con dichas lámparas.
Tal es la demanda que las principales compañías de producción de luces UVC estiman un incremento exponencial en su mercado para los próximos cuatro años.
Muchas opciones, pocas certezas
Existen distintas opciones que, a su vez, están en diferentes fases de evolución. Todavía no sabemos cuál será el más indicado. Una vez definidos los métodos de limpieza que podrían ser aplicables será necesario determinar los tiempos asociados a cada proceso para asegurar que la desinfección resulte eficaz.
Con las aeronaves volviendo a los cielos a pesar de que la pandemia no ha terminado, los operadores aéreos cargan sobre sus hombros la gran responsabilidad de prevenir la propagación y contagio del virus. Resulta de vital importancia disponer de medios apropiados para la limpieza de cabinas que permitan la protección de los pasajeros, las tripulaciones y de todo el personal de servicio.
No basta con que estos métodos sean eficaces para neutralizar el virus, sino que los operadores deberán evaluar costos y tiempos asociados para lograr una rápida y eficiente liberación de la aeronave al servicio.
Por otra parte, existe la necesidad de que la operación aeroportuaria regrese a los niveles anteriores. O, aún más, llevar a cabo una operación más eficiente en cuanto a las operaciones de escala para que las aeronaves pasen el mayor tiempo posible en el aire y recuperen parte de los costos perdidos durante este periodo de pandemia.
Es necesario encontrar el balance entre nivel de desinfección con el riesgo asociado al mismo, y los tiempos asociados a los mismos ya que afectan directamente los tiempos de escala de las aeronaves.
Herramientas como la simulación digital permiten evaluar estas y otras situaciones sin poner en riesgo la operación. Estas técnicas serán necesarias para encontrar el balance entre nivel de desinfección y tiempo de escala.
Ya existen modelos que permiten evaluar y simular procesos de limpieza de cabina. Por lo mismo resulta relativamente sencillo simular nuevos escenarios y así colaborar en la toma de decisiones. Miembros del International Group on Aviation and Multimodal Transport Research se encuentran trabajando en estos temas y recomiendan enfáticamente utilizar dichas técnicas para evaluar el regreso a operación de las aerolíneas.
Se trata de encontrar, de entre las opciones factibles, un método que permita la aplicación uniforme de protocolos estandarizados y armonizados que logren la limpieza eficiente de las cabinas y así contribuir a la pronta recuperación del sector, anteponiendo la salud y seguridad del pasajero como prioridad.
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C. Alejandro Di Bernardi et Simón Goldenberg Rius ne travaillent pas, ne conseillent pas, ne possèdent pas de parts, ne reçoivent pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’ont déclaré aucune autre affiliation que leur poste universitaire.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: C. Alejandro Di Bernardi, Profesor en Ingeniería Aeronáutica / Aeroespacial de la UNLP, Director del GTA de la UIDET "GTA-GIAI"; IGAMT Research Director for South America, National University of La Plata
Como otros virus de la familia de los coronavirus, el SARS-CoV-2 posee un halo, una corona que lo rodea. En esta corona existe una proteína con forma de espiga (spike, en inglés), la proteína S, que se une a los receptores de nuestras células para infectarlas. Esto significa que la proteína S es la llave que usa el virus para entrar en nuestras células. Por eso muchos laboratorios que trabajan en la vacuna contra la COVID-19 han elegido esta proteína como diana, con el objetivo de impedir que el virus pueda hacer uso de su llave. Sin embargo, hay otras investigaciones que plantean estrategias complementarias para luchar contra la enfermedad. Porque, ¿y si la solución estuviera en la cerradura?
A principios del siglo XXI tuvo lugar una epidemia de Síndrome Respiratorio Agudo (SARS) causada por otro coronavirus, el SARS-CoV, primo-hermano del actual SARS-CoV-2. Todo lo aprendido sobre aquel virus está siendo importante para entender mejor la COVID-19.
La principal coincidencia es que las llaves de ambos virus utilizan como cerradura la proteína ACE2. Sin embargo, la llave del SARS-CoV-2 entra con más facilidad en la cerradura, por así decirlo. Y por tanto, abre la “puerta” y se adentra en la célula con mayor éxito. De ahí que la probabilidad de infección y de propagación de la COVID-19 sea mucho mayor que la del SARS. De hecho, esta es una de las razones por la que SARS-CoV-2 ha originado una pandemia: su facilidad para entrar en nuestras células.
La ACE2 es la cerradura
Conocer la localización de la cerradura (la ACE2) en nuestros tejidos también nos está ayudando a comprender la enfermedad. Los alvéolos pulmonares se asemejan a racimos de uvas, y tienen en total una superficie aproximada de 75 m² . En toda esta superficie nos podemos encontrar múltiples cerraduras de entrada del virus en nuestro organismo. De ahí que le cueste tan poco infectarnos.
Otro tejido con gran superficie y presencia de la ACE2 es la mucosa intestinal, lo que explicaría que un tercio de los pacientes presenten trastornos digestivos. Además, esta proteína también es abundante en los riñones, los vasos sanguíneos, el sistema nervioso y otros tejidos.
La ubicuidad de la ACE2 en nuestro organismo podría ser una de las razones de la aparición de los variopintos síntomas que se han descrito en los enfermos de COVID-19.
La ACE2, el RAS y los antihipertensivos
La proteína ACE2 es una de las enzimas clave del Sistema Renina Angiotensina (RAS). De forma clásica, el RAS se ha descrito como un sistema hormonal que regula la tensión arterial. Pero hoy en día se sabe que, además, regula el crecimiento celular, los procesos de inflamación, coagulación y cicatrización (fibrosis).
En la siguiente figura se muestran los dos ejes principales de este sistema (el de la ACE y el de la ACE2), que en condiciones fisiológicas se encuentran en un equilibrio dinámico. Por ejemplo, el eje de la ACE incrementa la tensión arterial, mientras que el de la ACE2 la disminuye. Y por esta razón, muchos pacientes hipertensos toman a diario inhibidores de la ACE como medicación.
Esquema resumido del Sistema Renina Angiotensina (RAS). La enzima convertidora de angiotensina (ACE) es el elemento más conocido del RAS. Su acción catalítica produce angiotensina II (AngII) a partir de angiotensina I (AngI). La AngII es una hormona que desarrolla su acción uniéndose al receptor AT1 que se encuentra en la membrana plasmática de diferentes células del organismo. Su acción fisiológica más conocida es el aumento de la tensión arterial porque induce vasoconstricción. Además, este eje ACE/AngII/AT1 provoca el incremento de señales proinflamatorias y de fibrosis en los pulmones y estimula la coagulación.
La enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2), transforma la AngII en angiotensina 1-7 (Ang1-7), que ejerce su acción a través del receptor Mas. La acción mediada por el eje ACE2/Ang1-7/Mas reduce la tensión arterial por vasodilatación e induce señales antiinflamatorias, antifibróticas y antitrombóticas. En condiciones fisiológicas, estos dos ejes se encuentran en un equilibrio dinámico. Author provided
Cuando comenzó la pandemia, se especuló sobre la mayor susceptibilidad a la infección en aquellos pacientes que tomaban inhibidores de ACE en su tratamiento para la hipertensión. Hoy en día se ha desechado tal hipótesis, y parece que en la sintomatología más grave este tipo de tratamientos podrían ser, incluso, beneficiosos.
La COVID-19 y el desequilibrio del RAS
Es posible que tanto la inflamación pulmonar grave como la cicatrización descontrolada posterior del pulmón dañado (fibrosis pulmonar) o los procesos trombóticos que se han descrito en la COVID-19 estén asociados a desequilibrios del RAS. En la medida en la que, en condiciones fisiológicas, el eje de la ACE promueve señales que llevan a la inflamación, a la fibrosis y a la coagulación, el de la ACE2 tiene la acción contraria.
El Sistema Renina Angiotensina (RAS) en el progreso de la Covid-19. SARS-Cov-2 es capaz de infectar los tejidos mediante la unión de su proteína S (la llave) a la proteína ACE2 que se encuentra en la membrana celular (la cerradura). Según la enfermedad va progresando, los virus nuevos se unen a más moléculas de ACE2 de la membrana y vuelven a entrar en las células. En este proceso de entrada, se internaliza tanto el virus como la ACE2. Como consecuencia de la repetición de este ciclo, la presencia de ACE2 en el exterior celular va disminuyendo y se rompe el equilibrio entre los dos ejes del RAS (ACE/AngII/AT1 y ACE2/Ang1-7/Mas), lo que podría agravar la enfermedad. Author provided
Como ocurre en la enfermedad provocada por del SARS-CoV, se cree que, en el caso de la COVID-19, cuando el virus entra en la célula lo hacen también la llave (proteína S) y su cerradura (ACE2). Eso implicaría que, a medida que progresa la enfermedad, la presencia de ACE2 en la superficie de nuestras células disminuiría al entrar en la célula junto con el virus. Como consecuencia, se produciría un desequilibrio en el RAS, aumentando el riesgo de inflamación pulmonar grave, formación de coágulos y secuelas pulmonares debidas a la fibrosis.
Si engañamos al virus, ACE2 podría ser la llave para la cura
Con toda esta información, algunos grupos de investigación punteros han propuesto una estrategia de engaño. A saber: inyectar moléculas de ACE2 libres en la sangre para que el virus se quede unido a ellas en vez de a nuestros receptores celulares. Así, podríamos neutralizar la infección y, además, evitaríamos el desequilibrio en el RAS.
Tratamiento de la Covid-19 con ACE2 recombinante.
Investigaciones básicas en organoides han demostrado que la proteína ACE2 recombinante humana es capaz de neutralizar el virus y hacer que pierda la capacidad de infección. Los resultados de los ensayos clínicos demostrarán si esta estrategia es capaz de frenar la progresión de la enfermedad. Author provided
Esta estrategia ha tenido resultados positivos en modelos organoides (estructuras celulares tridimensionales), y se está probando ya en pacientes con COVID-19 en un ensayo clínico. Un resultado positivo supondría un gran avance en la lucha contra esta enfermedad y abriría un nuevo campo en las terapias contra otros virus que amenazan nuestra salud.
Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Begoña Sanz Echevarría, Profesora Agregada en el Departamento de Fisiología. Investigadora del grupo "Ageing On", Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
El sonado brote originado durante una fiesta de fin de curso en la ciudad andaluza de Córdoba supera ya el centenar de positivos. Entretanto, los brotes en discotecas suman ya el 10% de los totales, y las reuniones familiares provocan en torno al 40%.
Además, muchos de ellos se comportan como superemisores, generando hasta diez veces más gotículas respiratorias que la persona media. Los síntomas como tos o estornudos ayudan a dispersarlas aún más, sobre todo si no se ejercitan buenos hábitos como cubrirse la boca con el codo al toser. Los supercontagiadores tienen, además y de manera crucial, contacto con un gran número de personas en condiciones favorables para la transmisión del virus.
Que los supercontagios harán que sea muy difícil eliminar por completo el virus parece indiscutible. Sin embargo, si nos centramos en limitarlos podemos diseñar estrategias eficaces que preserven en mayor medida nuestro estilo de vida. Estas medidas focalizadas podrían ser mucho más eficaces de lo que la mayoría de previsiones, basadas en la tasa media de contagios, podrían sugerir.
¿Podemos anticiparnos al próximo supercontagiador?
Desgraciadamente, es imposible conocer la carga viral sin realizar una PCR. Lo que sí podemos hacer es analizar cuáles fueron las circunstancias que propiciaron los grandes contagios.
¿Qué tienen en común? Un reciente análisis revisa 1100 eventos de este tipo para intentar encontrar factores comunes. Aunque este tipo de investigaciones enfrenta limitaciones importantes, parece claro que algunas circunstancias son especialmente desfavorables.
La mayoría de los supercontagios sucedieron en espacios cerrados. No debemos olvidar que, en condiciones de circulación del virus, aunque la probabilidad de que una persona en particular esté enferma sea del 1%, en un espacio con 100 personas, por ejemplo, la probabilidad de que al menos una persona esté infectada es superior al 63%. Además, hablar favorece la transmisión del virus al incrementar el número de gotículas respiratorias que se producen. Y parece que gritar o cantar tiene un efecto aún mayor.
La actividad física también favorece el contagio, probablemente al facilitar que estas gotículas se emitan o aspiren con fuerza. Las condiciones ambientales tienen un efecto clave, con entornos fríos y húmedos protagonizando un gran número de contagios. Por otro lado, encontramos que las reuniones en las que se comparte comida tienen un riesgo añadido.
Podemos focalizarnos en las situaciones que presenten una o varias de estas características para mitigar su riesgo. Esto incluiría gimnasios, restaurantes y locales de ocio, fincas de trabajo agrícola o plantas industriales.
En las últimas semanas han aparecido soluciones ingeniosas que podrían ayudarnos en esta tarea. Tenemos ya mascarillas que permiten beber sin retirarlas. Y sería casi igualmente efectivo beber con pajita de un vaso tapado y manteniendo la mascarilla puesta, lo cual podría reducir enormemente el riesgo de los locales de ocio. Algunos han propuesto también el uso de pantallas mientras se come en los restaurantes.
De la misma manera, grandes fabricantes como Under Armour o Adidas han desarrollado mascarillas con las que hacer ejercicio es casi igual de cómodo que sin ellas gracias a tejidos de última generación, lo que podría reducir el riesgo en los gimnasios o en los trabajos con una gran actividad física, como la agricultura o las plantas de procesamiento de carne.
Este tipo de soluciones podría contribuir enormemente al control de los contagios [manteniendo en lo posible nuestras actividades habituales], sobre todo en lo que respecta a la interacción cotidiana con nuestro círculo más cercano (https://wwwnc.cdc.gov/eid/article/26/6/20-0495_article). Si tomamos las medidas adecuadas, podemos aprovechar las características de los supercontagios para ayudarnos a superar la pandemia.
Sara Lumbreras does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organization that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
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Existen más de 16,7 millones de embalses de más de 100 m² en el mundo, y se prevé que su número crezca para la producción de energía hidroeléctrica.
Estas infraestructuras proporcionan servicios de abastecimiento de agua y regadío. Pero también producen impactos medioambientales en la regulación de los ríos y son fuente de gases de efecto invernadero (GEI) como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso.
A pesar de que los embalses son los ecosistemas acuáticos preponderantes en España, no había muchos estudios sobre sus emisiones. Recientemente, hemos cuantificado los flujos de CO₂, CH₄ y N₂O en 12 embalses del sudeste de la península y estudiado los factores ambientales que los determinan.
La construcción de embalses en el mundo
Los embalses, también conocidos en España como pantanos, son grandes obras hidráulicas que han contribuido a mejorar la disponibilidad de agua para las poblaciones humanas y los cultivos, controlar las inundaciones y producir energía hidroeléctrica. Existen ejemplos de estas construcciones con muchos siglos de antigüedad, como la presa romana de Proserpina que proveía de agua a la ciudad de Mérida.
El embalse de Proserpina, en las inmediaciones de Mérida (Extremadura), del siglo I a.e.c., forma parte del conjunto arqueológico de Mérida, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993 por la Unesco. Wikimedia Commons / Alonso de Mendoza, CC BY-SA
A partir de los años 50 el número de embalses aumentó significativamente en el mundo, alcanzando los 16,7 millones de embalses de más 100 m². Según la World Commission on Dams, el 50 % de los embalses a nivel global se han construido exclusivamente o principalmente para regadío. España es el país de Europa con más embalses, con un uso mayoritario para riego.
Actualmente estamos viviendo lo que algunos científicos califican como el boom de la hidroelectricidad: en el mundo se han planificado, o están en vías de construcción, más de 3 500 grandes presas para la producción de energía.
El impacto de los embalses
Los embalses tienen grandes costes sociales, ya que fuerzan a desplazarse a poblaciones enteras. A nivel ecológico, la construcción de embalses modifica profundamente el funcionamiento de los ríos: los fragmenta, regula su caudal, altera el transporte de nutrientes y sedimentos y afecta a su biodiversidad.
También son fuentes de gases de efecto invernadero. Algunos estudios señalan que la superficie ocupada por los embalses en el mundo se ha incrementado tanto que deberían incluirse en los inventarios de emisiones de GEI.
Sin embargo, los análisis existentes se centran en regiones boreales y tropicales. Apenas existen datos para el bioma mediterráneo, ni para España en particular, a pesar de su abundancia en esta región.
Emisiones de GEI y factores determinantes
El dióxido de carbono (CO₂), el metano (CH₄) y el óxido nitroso (N₂O) son los tres GEI de origen humano más importantes. Aunque menos conocidos, el CH₄ y el N₂O son muy importantes, ya que su potencial calorífico en un horizonte a 100 años es de 34 y 298 veces el potencial calorífico del CO₂, respectivamente (según el IPCC).
Con el objetivo de determinar las emisiones de estos tres GEI en embalses de la península ibérica, realizamos mediciones directas en 12 embalses de las provincias de Granada, Córdoba y Jaén en invierno y en verano. Hemos detectado una gran variabilidad en los flujos de GEI entre los diferentes embalses.
Para el CO₂ y el N₂O encontramos que algunos embalses eran sumideros y absorbían estos gases de la atmósfera; mientras que otros embalses los emitían. En cambio, para el CH₄ todos los embalses fueron emisores.
La cuenca de captación del embalse es el área que lo rodea y de donde recibe el agua. Esta cuenca fue determinante para explicar los flujos de GEI. Observamos que los embalses ubicados en zonas calcáreas emitieron más CO₂ que aquellos localizados en zonas silíceas, que en ocasiones podían incluso ser sumideros de CO₂. El embalse de Colomera emitió hasta 393 mg C-CO₂ por m² y día en verano.
Las emisiones de CH₄ estuvieron relacionadas con la temperatura, la profundidad del embalse y la eutrofización –los sistemas que reciben exceso de nutrientes se vuelven de color verde–. Los embalses con mayor temperatura, más someros y más verdes son los que emitieron más metano. Destaca el embalse de Cubillas, que emitió 679 mg C-CH₄ por m² y día en verano.
Las emisiones de N₂O fueron muy importantes en embalses de zonas agrícolas y urbanas, que suponen grandes entradas de nitrógeno. Las mayores emisiones de N₂O se detectaron en el embalse de Iznájar, que emitió 3,6 mg N-N₂O por m² y día.
Cuando sumamos las emisiones de los tres GEI en equivalentes de CO₂ determinamos que el mayor forzamiento climático por metro cuadrado se localizó en el embalse de Cubillas (32 g CO₂ equivalente por m² y día en verano). En cambio, Iznájar tuvo el mayor forzamiento climático por área total del embalse (83 t CO₂ equivalente por día en verano).
¿Se pueden disminuir estas emisiones?
Estos resultados son importantes para mejorar los inventarios globales de emisiones de GEI, conocer el impacto de los embalses construidos y diseñar medidas para disminuir las emisiones.
Si establecemos medidas para disminuir la entrada de nutrientes en los sistemas acuáticos, como la mejora de los tratamientos terciarios de las depuración de aguas y la disminución en el uso de fertilizantes, se mejorará la calidad de las aguas y se disminuirán las emisiones, tanto de CH₄ como de N₂O.
Asimismo, conocer los factores ambientales que determinan las emisiones nos podría ayudar a anticipar su impacto en los embalses que serán construidos en el futuro, e incluso a replantear el paradigma de la energía hidroeléctrica como energía limpia.
Se pueden minimizar las emisiones de GEI de los nuevos embalses si son construidos en litologías silíceas, zonas boscosas y con cañones profundos. Además, al planificar un embalse hidroeléctrico, se debería considerar antes el coste de la energía producida en emisiones de GEI. Este puede variar mucho, e incluso exceder a los combustibles fósiles.
Elizabeth León-Palmero recibe financiación de los proyecto HERA (del Ministerio de Economía y Competitividad) y CRONOS (del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades) y de los fondos FEDER.
Isabel Reche Elizabeth León-Palmero recibe financiación de los proyecto HERA (del Ministerio de Economía y Competitividad) y CRONOS (del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades) y de los fondos FEDER.
Rafael Morales Baquero recibe financiación de los proyecto HERA (del Ministerio de Economía y Competitividad) y CRONOS (del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades) y de los fondos FEDER.
Si eres una mariposa nocturna y piensas que haciendo el don Tancredo no corres peligro, te equivocas. Para atrapar presas difíciles de detectar, los murciélagos orejudos (Micronycteris microtis) han desarrollado una elaborada técnica de caza: utilizan las hojas de los árboles en los que se emboscan sus presas como “espejos acústicos”.
La carrera armamentista evolutiva entre murciélagos y mariposas heteróceras (en adelante me referiré a ellas como polillas) está condicionada por la capacidad de los primeros para utilizar una especie de sonar biológico que les permite detectar a las segundas en completa oscuridad.
Averiguar cómo se las apañaban los murciélagos para navegar entre tinieblas se convirtió en una de las grandes obsesiones del naturalista italiano Lazzaro Spallanzani (1729-1799), cuya pasión por la biología lo llevó a hacerse cura de misa y olla para garantizarse la subsistencia.
Spallanzani realizó una apasionante variedad de elegantes (y crueles) experimentos con murciélagos que le permitieron concluir que, de alguna manera incomprensible, los quirópteros veían con los oídos.
Hasta ahí pudo llegar. Enfrentado a la ortodoxia científica de la época, sus experimentos cayeron en el olvido y la investigación sobre la orientación de los murciélagos quedó interrumpida durante siglo y medio.
En 1944, Donald R. Griffin publicó una breve reseña en la revista Science para comunicar sus hallazgos sobre la capacidad de orientación a ciegas de los murciélagos. A Griffin, además de reivindicar el acierto de Spallanzani, le cabe el honor de haber hallado lo que él mismo denominó “ecolocalización”.
Un sonar biológico
La ecolocalización es una forma de sonar biológico que Griffin explicó con la precisión de un relojero. Los murciélagos emiten sonidos de alta frecuencia (la frecuencia es la cantidad de ondas de sonido generadas por segundo). Luego localizan a las presas escuchando los ecos generados cuando sus sonidos se reflejan en ellas. Las frecuencias utilizadas por los murciélagos oscilan entre 12 y 210 kHz. Dado que la audición humana desaparece a unos 20 kHz, esto significa que la mayoría de los murciélagos ecolocalizan a frecuencias mucho más altas de lo que los humanos podemos oír.
El inconfundible rostro del murciélago orejudo Micronycteris microtis. Elizabeth Clare
Hasta ahora se pensaba que era sensorialmente imposible que los murciélagos encontraran presas silenciosas e inmóviles en el desorden de la espesura de selvas y bosques utilizando la ecolocación. No es así. Lo consiguen haciendo rebotar sus ultrasonidos contra las hojas que rodean a las polillas inmovilizadas. Aunque los murciélagos orejudos no pueden detectar a las presas en vuelo frontal porque las ondas sonoras rebotan en la hoja y enmascaran cualquier señal proveniente del insecto, no tienen dificultad alguna para detectarlas cuando se acercan a las hojas desde ángulos oblicuos.
Esa estrategia revela un nuevo paso en la carrera armamentista entre los sistemas sensoriales de los depredadores y sus presas, y desafía la hipótesis de que el silencio puede ser una herramienta eficaz de autodefensa para las presas de los quirópteros insectívoros.
Para entender la aparición de esa estrategia evolutiva hay que considerar las batallas libradas entre murciélagos e insectos nocturnos durante miles de generaciones. A los murciélagos les encantan las polillas: son grandes y nutritivas y una excelente fuente de alimento para unos animales que pueden comer prácticamente su propio peso corporal en insectos cada noche. Si consigue atrapar una polilla gordita, un murciélago se ahorra el trabajo empleado y la energía gastada persiguiendo presas más pequeñas y menos sustanciosas.
Las polillas contraatacan
Como no hay atajo sin trabajo, las cosas no son tan fáciles. Dado que son unas piezas muy codiciadas entre las distintas especies de murciélagos, las polillas han desarrollado toda una batería de estrategias para combatir la ecolocalización. Algunas especies, por ejemplo, tienen escamas que “atascan” el sonar de los murciélagos para evitar su detección. Otras han desarrollado antenas especiales que pueden detectar ultrasonidos de ecolocalización, por lo que pueden huir antes de caer presas de un murciélago al acecho.
Los murciélagos no se han tomado esas contramedidas evolutivas a la ligera. En respuesta, algunas especies como el murciélago europeo de bosque (Barbastella barbastellus) han desarrollado señales de ultrasonido alternativas, de “ecolocación sigilosa”, emitidas a frecuencias e intensidades que las polillas no pueden detectar. La ecolocalización de esta especie es de una intensidad mucho menor (10 a 100 veces menor) que las llamadas de otros murciélagos que cazan en ambientes similares.
La mayoría de los murciélagos son cazadores de espacios abiertos que atrapan insectos que vuelan en algún lugar al aire libre como los claros de las selvas. La caza al aire libre evita que los sonares de ecolocación choquen con el entorno. Sin embargo, el hecho de que el murciélago de orejas grandes haya ideado una solución a este problema sugiere que podrían surgir más sorpresas en la batalla tecnológica de los murciélagos por capturar sus presas, sobre todo si se investiga entre los vespertiliónidos, una familia de murciélagos especializada en cazar polillas.
El mundo más allá de nuestros sentidos
Habituados a percibir con nuestros cinco sentidos, ignoramos que el mundo está repleto de señales que no percibimos. Criaturas diminutas viven en un mundo diferente gobernado por sentidos que nos resultan extraños porque exceden el alcance de nuestra limitada percepción de las sensaciones familiares. Somos extraordinariamente crédulos y estamos muy predispuestos a la aceptación de nuevos poderes con los que los impostores de la paranormalidad y de la magia inducen a creer en un mundo sobrenatural.
Rodeados de tantas cosas fascinantes y reales que no vemos, oímos, olemos, tocamos o saboreamos, no somos conscientes de que la naturaleza es más de lo que podemos percibir, de que los poderes de percepción «parahumana» están a nuestro alrededor en las aves, las abejas o los murciélagos.
El uso de las hojas como espejos acústicos es la última frontera conocida en la eterna lucha entre los murciélagos y sus presas. Como les ocurría a los pupilos del dómine Cabra, el hambre agudiza los sentidos.
Manuel Peinado Lorca es responsable del Grupo Federal de Biodiversidad del PSOE:
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Entre el pasado lunes 2 de marzo y el domingo 24 de mayo murieron en España 143 697 personas. Normalmente mueren 93 759 personas en ese periodo de tiempo. Hay un exceso de 49 938 personas fallecidas; 1 055 personas por cada millón de habitantes. El único homenaje que puedo rendir a cuantos fallecieron esta primavera es haberlos contado y explicarles cómo se hace esa cuenta; porqué 50 000 y no cualquier otro número.
El 3 de junio el INE anunció una estimación de las defunciones semanales a lo largo del brote de la COVID–19 en base a la información volcada en el sistema telemático de asientos registrales del Ministerio de Justicia (Inforeg) que cubre el 92.6% de la población. La defunción del resto se estima provisionalmente en base a los datos de años anteriores si aún no se ha cotejado el certificado literal. El INE anunció que a lo largo del año 2020 se observan 44 000 muertes más que en el año anterior.
El anuncio del INE necesita un contexto. Primero, todos los años el INE realiza una estadística de mortalidad y sus causas en España. Lleva un tiempo y suele publicarse a finales del año siguiente. El balance del año 2019 aún no está disponible pero el del año 2018, sí. Este año el INE hace el esfuerzo de estimar y publicar desde ya las cifras provisionales de las defunciones semanales por todas las causas. Actualiza datos cada dos semanas.
Segundo, relacionar los datos del año 2020 con los datos del año 2019 y referirnos a toda la defunción habida en un año es razonable pero no es lo mejor que podemos hacer si queremos analizar un fenómeno localizado intensamente en un periodo de tiempo.
La mortalidad en España durante el siglo XXI
Desde el 1 de julio los datos publicados por el INE contienen otra información valiosísima: toda la defunción semanal habida en España en el siglo XXI. Hay 991 semanas desde el (lunes) 1 de enero del año 2001 hasta el (domingo) 29 de diciembre del año 2019. En ellas murieron 7 419 142 personas. Hacen un promedio de 7 486 personas cada semana.
En el año 2001 murieron 356 305 personas. En el año 2019, 414 017 personas. La diferencia (un 16%) se explica por el aumento de población. El INE también publica la serie de población residente española que se extiende hasta el año 1996. Cuando dividimos la defunción por la población hablamos de tasa bruta de defunción. Sabemos así que en el año 2001 la tasa bruta fue 8 740 defunciones por millón de habitantes. En el año 2019 fue 8 790. Entre 2001 y 2019 la diferencia es solo un seis por mil.
Se puede calcular la tasa bruta de defunción en cada una de las últimas mil semanas. Pueden ver su evolución en esta imagen.
Figura 1. Tasa bruta de defunción semanal en España durante el siglo XXI. Obsérvese la estacionalidad de la mortalidad y el impacto severo de la enfermedad COVID-19 en el año 2020. Elaboración propia a partir de datos del INE: estadística experimental COVID-19 y población residente, Author provided
La tasa bruta de defunción permanece estable en este periodo de veinte años. La tasa bruta tiene estacionalidad: los inviernos suelen más mortíferos que los veranos. Se puede apreciar también el impacto de eventos anómalos como olas de calor (2003 y 2015), olas de gripe (2012, entre otras) y, sobre todo, el severo impacto de la enfermedad COVID–19 en la primavera del año 2020.
El exceso de defunción en la primavera del año 2020
La serie de datos del INE es extensa como para hacer una estadística fiable. Entre 2001 y 2019 hay 19 tasas brutas para cada una de las 52 semanas de un año. A cada semana le podemos atribuir una tasa bruta promedio y una banda en la que se sitúan todas las observaciones. Basta multiplicar esos valores por la población del año 2020 para tener una gráfica que compara la defunción del año 2020 con lo que ha sido normal en los últimos diecinueve años. El resultado pueden verlo en esta gráfica.
Figura 2. Mortalidad bruta en España a lo largo del año 2020 (línea negra) y promedio de la mortalidad desde 2001 a 2019 en función de la semana del año. El área más oscura representa la defunción esperada. El área más clara el exceso de defunción. Se muestra también una banda simétrica (azul) que contiene el 99% de las observaciones del periodo 2001–2019. También se muestra con puntos los datos del Monitor de Mortalidad, que solo cubre el 93% de la población. Elaboración propia con datos del INE: estadística experimental COVID-19 y población residente, Author provided
Se aprecia con facilidad que entre la semana 10 y la semana 21 del año 2020, es decir entre el lunes 2 de marzo y el domingo 24 de mayo, la mortalidad se vio severamente afectada por la enfermedad COVID–19. El intervalo está sombreado en la figura. En el periodo resaltado lo más probable habría sido que hubiéramos observado 93 759 defunciones (área sombreada más oscura). En la realidad se han observado 143 697 defunciones. La diferencia es el exceso. Aparece sombreado en color más claro y conlleva 49 938 personas fallecidas. El exceso es el 53% de lo esperado. En la clasificación normalizada de EuroMoMo, el monitor europeo de mortalidad, el exceso cae dentro de la peor categoría: un exceso extremadamente grande.
En la siguiente figura/cuadro pueden ver todos los valores de defunción y tasa de defunción observados en España durante el siglo XXI desde la semana 10 hasta la semana 21 del año. La información que podemos inferir de los datos anteriores a 2020 es que el valor más probable del exceso observado en 2020 sea el promedio de los excesos observados para cada año anterior.
Figura 3. Cuadro de valores con la defunción y tasa de defunción observada en España durante el siglo XXI desde la semana 10 a la semana 21 del año junto con las desviaciones del año 2020. El valor más probable del exceso de defunción del año 2020 es el promedio de los excesos observados anteriormente. Se muestra la población residente a 1 de enero. Tasa expresada en defunciones por millón de habitantes. INE: estadística experimental COVID-19 y población residente
Es necesaria una valoración
El exceso observado es el balance neto de todos los fenómenos observados en el año 2020 que influyeron, para bien y para mal, en la muerte de personas. Es una cifra de indudable interés científico y social: es el impacto global de la pandemia en esta terrible primavera del año 2020.
Con el tiempo tendremos más información. Por ejemplo, cuando completemos el año podremos comparar la mortalidad del año 2020 con la de los años anteriores. Podríamos ir haciéndolo ahora. En la figura 1 la línea anaranjada muestra la mortalidad en el año anterior: es también evidente el enorme impacto de la enfermedad covid-19. Podríamos calcular la defunción entre la semana 21 del año 2001 y la semana 21 del año 2002; hacer este cálculo durante todo el siglo XXI y obtener esa información anual. Tendríamos que esperar hasta la semana 21 del año 2021 para tener un análisis completo.
También tendremos en un futuro un análisis de las causas de la mortalidad en el año 2020. Como señalé antes el INE tendría este estudio para finales del año 2021. Quizá la ocasión merezca más celeridad sin comprometer la calidad de la serie.
Hoy podemos hacer algunos análisis parciales e indiciarios sobre las causas de mortalidad. Por una parte sabemos que desde la semana 10 a la semana 21 fallecieron en España 27 555 personas a causa de la COVID–19. Es el 55% del exceso observado. En Italia, un informe similar realizado por Istat muestra que la enfermedad COVID–19 explica el 65% del exceso de mortalidad calculado respecto del promedio 2015–2019.
En las terribles semanas S13, S14, S15 (del 23 de marzo al 12 de abril, Domingo de Pascua) el exceso sin causa atribuida supera a las muertes por COVID–19 que solo alcanza al 48% del exceso. Es decir, si en esos días leíamos en la prensa que habían fallecido unas 800 personas a causa de la enfermedad, día tras día, otro tanto igual o mayor había fallecido además de las personas que fallecen habitualmente en esas semanas. En la semana más trágica del año, la 14ª, el exceso de defunción alcanza un promedio de 1 800 muertes diarias.
Las comunidades autónomas han hecho un esfuerzo por evaluar el impacto de la enfermedad COVID–19 fuera del circuito sanitario mediante informes de empresas funerarias y de asistencia a personas mayores. Es una información que conocemos desde mayo de este año. Recientemente el diario El País sumó esas cantidades y concluyó que había 44 868 defunciones en esos análisis. No provienen de ningún registro exhaustivo ni certifican nada. Pero sí es una información valiosa para inferir que el grueso del exceso de defunción observado en 2020 (cincuenta mil personas) es atribuible a la enfermedad COVID–19.
No parece que vaya a haber una gran contribución en forma de mortalidad adicional por deficiencias en el sistema sanitario o defecto de mortalidad en forma de menos accidentes de tráfico o menos accidentes laborales. Estos fenómenos se manifestarán muy probablemente en una cantidad marginal respecto del severo impacto de la enfermedad. En el año 2018, por ejemplo, fallecieron en España 1 317 personas por accidentes de tráfico. El promedio es 25 personas por semana. En el mismo año fallecieron 553 personas por accidente laboral, diez por semana.
Dos cifras
La pandemia del año 2020 es sin duda el acontecimiento social y sanitario más perturbador y mortífero que hemos afrontado en los últimos ochenta años. Será analizado con todo detalle en los próximos años y en las próximas décadas.
Habrá dos cifras que ya no cambiarán fácilmente y que conviene reconocer públicamente, si quiera como homenaje sincero a cuantos fallecieron en esta primavera:
Las cincuenta mil muertes en exceso.
El 50% de personas que falleció por la enfermedad fuera del circuito sanitario.
Son números quizá normales en una pandemia de esta importancia. Son también números solo algo peores que los de Italia. Pero mal de muchos siempre será consuelo de tontos. Es necesaria una valoración objetiva de cómo llegamos a esto.
José María Martín-Olalla no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.